"La esperanza del Reino de Dios no puede identificarse con una nación o un sistema político. La realización del Reino sigue siendo un horizonte que invita a la conversión construyendo, día tras día, una sociedad de justicia y de derecho, en la que cada hijo de Dios es acogido, nombrado y protegido. Es un pasaje del discurso de Mons. Bruno-Marie Duffé, Secretario del Departamento para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, en la Conferencia sobre Migraciones Globales y Nuevos Nacionalismos. La Iglesia frente a la xenofobia, el populismo, el racismo, que se celebró ayer en el Colegio Universitario de Santa Catalina de Siena en Pavía.
Partiendo de un análisis psicológico y social del "miedo" a lo diferente, y en particular a los migrantes, que "nos empujan a repensar las fronteras que hemos construido con gran esfuerzo a lo largo de los años, las generaciones, las guerras y las crisis", el "miedo a tener que dar un poco de nosotros mismos o el miedo a no vivir lo que es crítico para tener éxito", Mons. Duffè recuerda que "todos somos básicamente "migrantes", y que para todos "la vida es una búsqueda de la fuente", física y simbólica.
"El encuentro del otro -explica- con el emigrante extranjero de una manera especial, cuestiona y redefine de una manera necesaria la imagen que hemos construido de nuestro futuro y de nuestro futuro. El otro es siempre el que invierte nuestras predicciones. La historia será diferente porque tendremos que escribirla junto con el que vino".
Frente a ello -continúa el Secretario del Departamento para el Servicio de Desarrollo Humano Integral- "el reto, en el corazón mismo de la experiencia de la migración contemporánea, se presenta decisivamente como el de "vivir juntos" en una tierra que es común pero que, en última instancia, no pertenece a nadie".
En este escenario, por lo tanto, "La Iglesia es ante todo escucha, y sobre la base de la escucha puede decir a una persona -y quizás a un pueblo angustiado y esperanzado-, a los emigrantes o a los asilados, a los solicitantes de asilo o a los guardianes: "Yo creo con vosotros; yo creo en vosotros"". Los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, en efecto, "abren un espacio de encuentro y evitan explotar los valores evangélicos", que son la "dignidad inalienable de la persona humana, que se traduce en el respeto de los derechos fundamentales de todo ser vivo; la subsidiariedad o el ejercicio compartido de la responsabilidad; la solidaridad o la gratitud recíproca; el Bien Común o el Bien de la comunidad; la opción primaria de la cercanía a los más pobres, los amados de Dios". En la convicción de que "cada persona lleva en sí misma el signo del amor de Dios; toda responsabilidad humana se ejerce en reciprocidad y complementariedad; cada comunidad crece en humanidad y esperanza cuando se ama a los más frágiles, a la manera de Dios mismo, es decir, incondicionalmente".
Por último, Duffè cita al Papa Francisco en su Mensaje para la 52ª Jornada Mundial de la Paz, el 1 de enero: "La paz se basa en el respeto a cada persona, sea cual sea su historia, en el respeto a la ley y al bien común, a la creación que nos ha sido confiada y a la riqueza moral transmitida por las generaciones pasadas".