La pandemia mundial ha arrastrado abruptamente a innumerables personas, jóvenes y mayores, a los tristes misterios de la vida. Las medidas de distanciamiento social, eficaces y necesarias para prevenir la propagación del contagio, también han hecho difícil o imposible que las familias y los seres queridos acompañen a los enfermos y a los moribundos. Nuestros seres queridos luchan por la vida en el aislamiento, llevados de repente antes de que podamos acompañarlos con un abrazo, una caricia o incluso una palabra de amor.
Los ritos funerarios, tan esenciales para los que se quedan atrás, se simplifican o se retrasan. El toque humano, los ritos sagrados y la vida sacramental se han dejado en suspenso, pero el dolor y la pena permanecen. "Cuántas lágrimas se derraman cada segundo en nuestro mundo; cada una es diferente pero juntas forman, por así decirlo, un océano de desolación que clama por misericordia, compasión y consuelo" (Papa Francisco, Jubileo Extraordinario de la Misericordia, "Vigilia de oración para secar las lágrimas", 5 de mayo de 2016).
En estos días todos hemos sido abatidos ante una realidad compleja que no podemos controlar ni eliminar, mientras anhelamos la misericordia y la asistencia divina que nos llevará una vez más al camino de la paz.
Publicamos aquí, en la versión original en inglés, una contribución del Dicasterio sobre el tema de la muerte y la Esperanza en la época de COVID-19.