El teólogo y biblista Marcelo Figueroa, director de la edición argentina de L'Osservatore Romano, nos escribe una reflexión sobre el día de los trabajadores, en la época de la pandemia COVID-19: "En este Día de los trabajadores, vayamos a Cristo y permitamos que él venga a nostros para renovar los ánimos, recuperar las fuerzas, secar las lágrimas, liberar nuestros encierros, y acariciar nuestras angustias".
Publicamos el texto completo:
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“Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas,
y yo los haré descansar” (San Mateo 11,28)
Rostros de trabajadores
En el rostro extenuado de los trabajadores de la salud ante tanta muerte cotidiana, en la mirada perdida de quién no sabe si mañana volverá a su trabajo, en los bolsillos flacos del cuentapropista que ha perdido su fuente de ingreso, en el pecho dolorido por la angustia de la empleada doméstica que se siente prescindente, en el puño apretado de quien mantiene su fuerza laboral contenida pero encerrada en un cuarto o en el insmonio de la mujer que siendo cabeza de hogar implora que el nuevo día le traiga una esperanza de ingreso mínimo se pueden ver los signos de los trabajadores en tiempos de pandemia.
No se trata de excepciones, por el contrario es el presente que abruma a la mayoría de los trabajadore en la tercera parte del planeta. No corresponde solamente a problemáticas estrictamente laborales, sino que el daño anímico y sicológico que aún no estamos en condiciones de mensurar, ataca el centro de la vida humana, su dignidad como trabajador.
En este “Día del Trabajo”, como cristianos, no debemos escapar a mirar de frente esas imágenes y hacerlo no en términos de generalizaciones o estadísticas, sino con los ojos del Maestro, otorgarles encarnadura, nombres e identidad única y preciosa.
Jesús, compañero de trabajo y trabajador
Jesús conocía muy bien esas fatigas, angustias, miradas, cargas y desvelos. Desde su propia vida en las periferias de la Galilea pudo conocer de niño y luego imitar siendo jóven el trabajo artesanal e incasable de José con la madera rústica, recordar la imagen de sus manos llagadas por los cinceles y sus brazos agotados al final de la jornada. Y pudo seguramente atesorar para sí la mirada dulce y profunda de su madre María que silenciosamete contemplaba la escena familiar al tiempo que daba alimento caliente y abrazo tibio a su esposo e hijo.
Desde las plazas de su pueblo, el Hijo del Hombre seguramente pudo ver las imágenes de los desocupados o descartados que esperaban con angustia que el terrateniente los llame a trabajar a su viña por un magro salario a medida que el día avanzaba (Mt. 20,1-16). En el conocimiento personal de la desesperación de la mujer que va contando a diario las escasas monedas de su pobre sustento y un día barre con angustia su pobre pieza ante la pérdida de una sola, pudo construir sus enseñanzas (Lc. 15,8-10). En su validación del bien superior del sustento digno sobre la ley fría y desalmada profundizó la pedagogía profunda del Shabat ante sus discípulos con las manos cargadas semillas (Lc.6,1-5).
Jesús, trabajador de la salud
Desde su compasión infinita y sufriendo todo tipo de ataques, cuestionamientos e intolerancias ejerció como médico incansable. En su rol de “trabajador de la salud”, se atrevió a jugarse en cuerpo y alma al tocar enfermedades de altísimo contagio (Lc 5,12-16). Como nadie, también privilegió atender al enfermo más descartado y desamparado en la antesala de un “hospital con jerarquías” en el pórtico de Salomón (Jn 5,1-16). En su conocimiento de que detrás de un uniforme siempre había un ser humano sacrificado y digno, no solo no avaló el ataque de Pedro, sino que sanó el daño ocasionado en la noche misma de su detención (Lc.22,50-51). Aún en aquellos trabajos que eran despreciados, quizá con algo de razón, como los que se abusaban de su rol de recaudadores, pudo ver a un discípulo que necesitaba la liberación de esa cárcel que él mismo y el sistema había construido (Mt.9,9-13).
Cristo sepulturero
En este tiempo post pascual, el llanto, el grito profundo, el acompañamiento cercano y la esperanza de vida de Jesús ante la tumba de su amigo Lázaro nos habla de una manera diferente (Jn.11,38-44). Lo hace para los trabajadores de los cementerios que hoy junto a algunos ministros religiosos, en soledad, impotencia y coraje, en campo santos habituales o en fosas comunes improvisadas, cumplen una tarea desgarradora y se constituyen hoy en únicos testigos y “familiares” sustitutos. Ante ellos, sus familias y el alma de los que se fueron, la imagen del Jesús, resurrección y vida, que llama a no temer, trae alivio y también reconocimiento a estos trabajadores cercanos y rodeados de tanta muerte agobiante.
Cristo nos llama a descansar y descargar nuestras cargas en él
Delante de todos ellos, conociendo a muchos de aquellos, siendo amigo de multitud de éstos y amando a cada uno de esos, Jesús entendió que podía aliviar esas pesadas angustias y tragedias laborales. Los llamó, como nos acerca el texto citado del Evangelio, a venir a él para descansar de sus trabajos, cargas y cansancios. Y lo hizo como conocedor humano de esas fatigas laborales, pero también con pleno conocimiento de su pertenencia, misión e identidad divina: “Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce realmente al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer “ (Mt. 11,27). Les propuso una transferencia de fortaleza acompañada por él mismo en términos de yugo y les modeló en su persona, su carácter y su corazón el secreto del descanso: “Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son ligeros” (Mt. 11-29-30).
Encuentro con Cristo en tiempos para-pandémicos
En estos tiempos de COVID-19, se ha viralizado además de la enfermedad física, el gérmen maligno de la trata, la explotación a los indocumentados, el maltrato a los migrantes y en muchos casos la estigmatización y xenofobia ante algunas razas o nacionalidades. Estas enfermedades sociales laborales están afectando a millones de personas en todo el planeta.
Es nuevamente Jesús, que habiendo sufrido discriminación por su pertenencia (Jn 1,45-46), o los suyos por su modo de hablar (Mt. 26,73), se deja mirar como un sievo sufriente que atrae hacia sí para aliviar a los que sufren este tipo de males para-pandémicos. Jesús se acerca a los marginados, a las mujeres que sufren explotación sexual y a los desplazados sociales de tal manera que come con ellos (Mr.215-17) y los lleva consigo a su reino de justicia.
Nuestra fe, como discipulos e Iglesia modelada en el Buen Pastor, nos impele a incursionar en estas pandemias sociales e individuales, poniendo nuestro cuerpo, ofreciendo nuestras mesas y compartiendo el Evangelio de la misericordia a todos esos hermanos y hermanas que no figuran en las estadísticas de los infectados, pero sí en la causísitca de los afectados.
En este Día de los trabajadores, vayamos a Cristo y permitamos que él venga a nostros para renovar los ánimos, recuperar las fuerzas, secar las lágrimas, liberar nuestros encierros, y acariciar nuestras angustias. Vayamos confiados a Cristo, que él no se demora en venir a nosotros con su paciencia infinita y su corazón humilde para darnos descanso.