El Día Mundial de la Pesca se celebra cada 21 de noviembre y representa una oportunidad para reconocer, por un lado, la enorme y a veces subestimada fuente de alimentos para millones de seres humanos que es el mar y, por otro lado, el papel, las profesiones y las frecuentes dificultades de todos los que se dedican a la pesca y la acuicultura.
En 2016, el Comité de Pesca de la FAO (COFI) aprobó una propuesta para la Declaración del Año Internacional de la Pesca Artesanal y la Acuicultura, con la intención de aumentar la concienciación de los gobiernos y la sociedad en general sobre estos subsectores, y la necesidad de apoyar su progreso a través de políticas y legislaciones específicas, que les permitan desarrollar y crear la adopción de prácticas pesqueras sostenibles. En 2017, el 72º período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el año 2022 como el Año Internacional de la Pesca Artesanal y la Acuicultura (AIPA 2022), y es en este contexto que hoy celebramos, el Día Mundial de la Pesca.
Según la FAO, en 2020 se calcula que 58,5 millones de personas se dedicaban (a tiempo completo, parcial u ocasional) al sector primario de la pesca de captura y la acuicultura, lo que constituye la principal fuente de ingresos y medios de vida para una parte importante de la población en todo el mundo. De todos los que se dedican a la producción primaria, la mayoría se encuentra en los países en desarrollo y son pescadores artesanales a pequeña escala y trabajadores de la acuicultura. El mayor número de trabajadores se encuentra en Asia (85%), seguido de África (9%), América (4%) y Europa y Oceanía (1% cada uno).
Al ser el aporte individual más importante de proteínas de alta calidad, el pescado es una fuente vital de alimentos para millones de personas. La pesca artesanal a pequeña escala y la acuicultura producen el 40% de las capturas pesqueras mundiales, contribuyendo así en gran medida a la seguridad alimentaria, la nutrición y la salud.
Sin embargo, a pesar de desempeñar un papel crucial para el bienestar y el desarrollo de muchas comunidades en todo el mundo, el sector está plagado de varios problemas endémicos que amenazan el desarrollo y la vida significativa de las comunidades pesqueras y, a veces, la existencia de las pesquerías.
Varias de estas amenazas, como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la acidificación de los océanos, son problemas globales que afectan a todos los países y a todos los océanos. "La crisis socioecológica que estamos viviendo es un momento propicio para la conversión individual y colectiva y para la toma de decisiones concretas que no se pueden posponer más". Por lo tanto, la cooperación internacional a la luz de la "imparcialidad, justicia y equidad" (Cardenal Pietro Parolin, Discurso a la 27ª Conferencia de las Partes de la CMNUCC, Sharm el-Sheikh, 8 de noviembre de 2022) y de la subsidiariedad es esencial para reducir el impacto de estos fenómenos en nuestras sociedades y para cuidar los océanos y sus recursos naturales como "patrimonio común de la humanidad". Esta cooperación internacional puede incluso ayudar a abordar problemas localizados y a menudo rastreables, como las violaciones de los derechos humanos, las condiciones de trabajo deficientes e inseguras, incompatibles con la dignidad humana, la contaminación de los mares y los ríos (de hecho, muchas comunidades pesqueras dependen de un determinado río o lago como fuente de proteínas, pero la contaminación amenaza incluso el agua dulce), la destrucción de las zonas costeras (incluso para nuevos desarrollos urbanos), los métodos de pesca destructivos e insostenibles (por ejemplo, la pesca de arrastre de fondo, los buques "factoría", la dinamita o el cianuro) y la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada.
Además, desde principios de 2020, la pandemia mundial de COVID-19 se ha extendido por todo el mundo causando daños sanitarios, sociales y económicos excepcionales, incluso en el sector pesquero. Se han cerrado puertos, mercados pesqueros y restaurantes, lo que ha provocado una importante reducción del negocio de la captura y venta de productos pesqueros y, en consecuencia, la pérdida de empleo y de ingresos para muchas personas, especialmente para las mujeres, que constituyen una elevada proporción (aunque a menudo oculta) de los trabajadores de este sector.
El impacto económico del COVID-19 se dejó sentir con fuerza entre los pescadores artesanales y en los trabajadores de la acuicultura, ya que la mayoría de ellos operan sin planes de protección social ni seguros, y cobran menos del salario mínimo legal, a menudo sin contrato escrito, o son autónomos. Además, su actividad requiere a menudo una logística sofisticada (para la conservación y distribución de alimentos), que se vio interrumpida por los cierres.
Los gobiernos de todo el mundo intervinieron para apoyar a los afectados por la pandemia, especialmente a sus ciudadanos más marginados. Sin embargo, debido a las deficiencias de estas excepcionales intervenciones gubernamentales, muchas personas quedaron desamparadas y solas para hacer frente a la crisis, aunque algunas fueron atendidas por organizaciones benéficas, incluidas las católicas, como Stella Maris.
La pandemia de COVID 19 nos ha enseñado que todo está conectado y que estamos en el mismo barco. Es necesario unir nuestros esfuerzos para crear una nueva conciencia social y una forma innovadora de solidaridad en la que nadie se quede atrás. El Papa Francisco nos invita a "reunir a toda la familia humana para buscar un desarrollo sostenible e integral, porque sabemos que las cosas pueden cambiar. [...] Todos podemos cooperar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno según su propia cultura, experiencia, compromisos y talentos [...]". Evidentemente, "si todo está relacionado, la salud de las instituciones de una sociedad tiene consecuencias para el medio ambiente y la calidad de la vida humana". Sin duda, necesitamos instituciones y políticas mejores y más proactivas para apoyar, promover y proteger a todos los implicados en el sector pesquero, así como a sus familias. Sin duda, "tenemos ante nosotros un gran desafío cultural, espiritual y educativo" (Carta Encíclica Laudato Si', N° 13, 14, 142 y 202), ya que es necesario implementar y coordinar cuidadosamente importantes y complejas mejoras.
En este Día Mundial de la Pesca, quisiera invitar a los gobiernos, a las organizaciones internacionales, a las organizaciones pesqueras y a las confesionales, y en particular a las instituciones católicas como Stella Maris y Cáritas, a que se unan para aplicar eficazmente las convenciones y la legislación existentes, y a que colaboren para encontrar soluciones innovadoras a estos problemas interconectados que afronta el mundo de la pesca, en un esfuerzo por proteger "nuestra casa común".
Card. Michael Czerny S.J.
Prefecto