Mensaje de Su Eminencia el Cardenal Peter K.A. Turkson. Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral con motivo del Día Internacional contra la abuso de drogas y tráfico ilícito - 26 de junio de 2021
Tema 2021: "Compartir información sobre las drogas, salvar vidas"
La producción y el consumo de estupefacientes o drogas no son fenómenos recientes. Entre los peligros que amenazan hoy a la humanidad en su conjunto y a los jóvenes en particular, la droga ocupa un lugar como peligro tanto más insidioso cuanto menos visible sea.
En los últimos 20 años, el consumo de drogas ha aumentado mucho más rápidamente en los países de renta baja y media que en los de renta alta. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), a nivel internacional, a pesar de las acciones y medidas adoptadas, la producción y el consumo de drogas aumentan, tanto en cifras globales como en el porcentaje de la población mundial que las consume. De hecho, en 2009, el número de consumidores de drogas se estimaba en 210 millones, es decir, el 4,8% de la población mundial de entre 15 y 64 años, frente a los 269 millones de 2018, el 5,3% de la población. La despenalización y legalización de las drogas en algunos países complica aún más el fenómeno. El número de espacios de inhalación en las salas de consumo y los centros de inyección supervisada también han aumentado en algunos países.
Con la globalización, el mercado de los medicamentos se ha vuelto cada vez más complejo. A las sustancias de origen vegetal, como el cannabis, la cocaína y la heroína, se han unido las drogas sintéticas, muchas de las cuales no están sometidas a control internacional. También se ha producido un rápido aumento del uso no médico de algunos medicamentos. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) ha informado de que cada año se encuentran en los mercados nacionales de los Estados miembros unas 500 nuevas sustancias psicoactivas (NSP). También están las drogas de los pobres (por ejemplo, la coca) utilizadas para resistir la fatiga y el hambre.
Las drogas ofrecen el espejismo de un escape de la adversidad y el estrés, pero sólo empeoran los problemas. Para las personas atrapadas en su uso, es a la vez el fruto y la causa de una importante angustia y una creciente degradación de la vida social, que corroe el tejido mismo de la dignidad, las relaciones interpersonales y la convivencia entre las personas. Esta situación supone un reto para todos los implicados en la defensa y promoción de la dignidad humana y el desarrollo humano integral. De hecho, todos nos enfrentamos a un vasto fenómeno de proporciones terribles, no sólo por el número de vidas rotas, sino también por la propagación del problema moral y ético que, desde hace tiempo, afecta también a los más jóvenes, en los países menos favorecidos por el desarrollo técnico, donde, por desgracia, personas vulnerables como los niños son inducidas a ser distribuidores de drogas y a ser ellos mismos consumidores.
El tema de este año nos desafía: "Compartir información sobre las drogas, salvar vidas". Tenemos el deber de compartir información médicamente precisa que ponga de manifiesto los efectos hernéticos del consumo de drogas.
Destacan los efectos herníficos del consumo de drogas a nivel somático, psicológico, social y moral.
El pensamiento de San Juan Pablo II confirma esta afirmación cuando dice: "Los psicólogos y sociólogos dicen que la primera causa que lleva a los jóvenes y a los adultos a la experiencia deletérea de las drogas es la falta de motivaciones claras y convincentes en la vida. De hecho, la falta de puntos de referencia, el vacío de valores, la convicción de que nada tiene sentido y de que, por tanto, no vale la pena vivir, la sensación trágica y desoladora de ser caminantes desconocidos en un universo absurdo, pueden empujar a algunas personas en busca de fugas exasperadas y desesperadas. Por último, dicen los expertos en psicosociología, la causa del fenómeno de la droga es también la sensación de soledad e incomunicación que lamentablemente pesa en la sociedad moderna, ruidosa y alienada, e incluso en la familia.
El fenómeno de las drogas es un asunto de gran preocupación en todo el mundo y requiere un estudio serio, así como el compromiso de todos los implicados en la sociedad. Es una herida infligida a la humanidad que aprisiona a muchas personas en una espiral de sufrimiento y alienación, y ante la cual la Iglesia no puede permanecer indiferente. La Iglesia tiene una especial responsabilidad frente a la lacra de la drogadicción y a todos los problemas sociales que de ella se derivan, porque quiere ayudar a todo ser humano a vivir libre ante Dios en el mundo. Con este espíritu ha hablado en muchas ocasiones sobre la droga y se ha comprometido en este ámbito, como lo demuestran los numerosos mensajes papales y las experiencias pastorales llevadas a cabo por las comunidades locales en todo el mundo.
La lucha contra el tráfico y el abuso de drogas requiere políticas de prevención combinadas con programas más amplios en los ámbitos del desarrollo sostenible, la seguridad y los derechos humanos. Si bien la prevención del consumo de drogas es una prioridad, también es esencial que los gobiernos trabajen para frenar el cultivo y la producción ilícitos, promover el tratamiento de los trastornos relacionados con las drogas y reducir los daños asociados a su consumo. También hay una estrecha relación entre las circunstancias socioeconómicas de los individuos, las comunidades y los estados y el problema de las drogas. El inicio del consumo de drogas es más común en las sociedades prósperas que en otras, pero las consecuencias para la salud del consumo de drogas, los trastornos relacionados con ellas, el impacto del tráfico y la delincuencia organizada, así como la producción y fabricación de drogas ilícitas, pesan más sobre las personas y las comunidades que viven en condiciones socioeconómicas más frágiles y modestas. Por lo tanto, el intercambio de información sobre medicamentos es necesario para salvar vidas.
La conciencia de la gravedad de los problemas asociados al fenómeno de las drogas debe traducirse en nuevos hábitos éticos para ofrecer a los jóvenes incentivos concretos y programas educativos que desarrollen su potencial y les eduquen en la alegría de lo profundo y no de lo efímero. De hecho, según el Papa Francisco, la espiritualidad cristiana ofrece en su planteamiento otra forma de entender la calidad de vida, y fomenta un estilo de vida sobrio, profético y contemplativo, capaz de ayudar a apreciar las cosas en profundidad sin obsesionarse con el consumo.
Está claro, continúa el Papa, que "la sobriedad, vivida con libertad y conciencia, es liberadora" . Los jóvenes pueden aprender que "es posible necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando uno es capaz de dar cabida a otros placeres y encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en la puesta en valor de los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración". La felicidad requiere saber limitar algunas de las necesidades que nos marean, quedando así disponibles para las muchas posibilidades que ofrece la vida".
Los retos son enormes, pero juntos estamos avanzando con un compromiso renovado sin perder la esperanza. Porque, según el Santo Padre, "la esperanza exige realismo. Exige tomar conciencia de los numerosos problemas que afligen a nuestra época y de los retos que se avecinan. Exige que llamemos a los problemas por su nombre y que tengamos el valor de enfrentarnos a ellos (...) tener esperanza exige valor. Exige saber que el mal, el sufrimiento y la muerte no prevalecerán y que incluso las cuestiones más complejas pueden y deben abordarse y resolverse. La esperanza es la virtud que nos pone en marcha, nos da alas para seguir adelante, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables".