
“He venido como peregrino a un país pequeño por su geografía, pero grande por su historia; a una isla que a lo largo de los siglos no ha aislado a la gente, sino que la ha unido; a una tierra cuyo límite es el mar; a un lugar que representa la puerta oriental de Europa y la puerta occidental de Oriente Medio. Son una puerta abierta, un puerto que reúne. Chipre, encrucijada de civilizaciones, lleva en sí la vocación innata al encuentro, favorecida por el carácter acogedor de los chipriotas”.
Estas son las palabras con las que el Papa Francisco saludó al pueblo chipriota al comienzo de su viaje apostólico a la isla, en diciembre de 2021. Palabras que describen con precisión el “rostro” de Chipre, encrucijada de pueblos y culturas, entre Oriente y Occidente, que conserva huellas profundas de las civilizaciones que la han atravesado: desde los fenicios hasta los minoicos, los griegos, los egipcios, los persas y posteriormente los romanos, los bizantinos, los turcos.
Un pedazo de tierra bañado por las aguas del Mediterráneo, que es un lugar de encuentro y acogida. Las costas de Turquía, Siria y Líbano son las más cercanas. Es de aquí, pero también de África del Norte, de donde llegan los migrantes, los refugiados, los que piden asilo huyendo de conflictos bélicos y situaciones de violencia. Según los datos divulgados por el Ministerio del Interior chipriota, la cantidad de solicitudes de asilo en relación con la población local constituye la más elevada en Europa. Al igual que el número de rechazos. Son pocos, y a menudo después de muchos años, los que consiguen obtener permiso para permanecer en la isla, lo que supone un fenómeno de propagación al este de Europa, y que luego pueden trasladarse a los países de la Unión. La mayoría de los migrantes se ven obligados a permanecer en situación de espera durante años, a menudo sin recursos económicos y en condiciones de marginación que violan su dignidad.
Una de las principales dificultades a las que se enfrenta Chipre es precisamente la inmigración. La Iglesia, por su parte, ha demostrado un compromiso constante en la acogida de migrantes que llegan por mar y ha manifestado la cercanía cristiana a los refugiados en los campos de prófugos.