La pandemia Covid-19 – la primera epidemia de propagación a nivel mundial – ha puesto de relieve nuestra fragilidad física y nuestro déficit inmunológico ante un virus que el cuerpo humano no reconoce.
Aun utilizando todos los medios disponibles para curar a los enfermos, se ha tenido menos en cuenta el sufrimiento psicológico generado o amplificado por la profunda preocupación ligada a esta enfermedad desconocida.
Se trata principalmente de la pérdida de control sobre nuestra existencia personal y sobre la vida que compartimos con quienes nos rodean. Cuando el conocimiento y los métodos de tratamiento parecen de repente inadecuados, limitados o precarios, el miedo a lo desconocido se cristaliza en las preguntas: «¿Qué será de mí?», «¿Qué será de nosotros?»
La muerte de un familiar y, más aún, la imposibilidad de celebrar el duelo por un ser querido puede generar derivas psicológicas y a veces psiquiátricas. El confinamiento y la reducción de la actividad social pueden amplificar ciertas fragilidades relacionales, dando lugar a violencia en la familia, lo cual genera graves consecuencias psicológicas, pues se traiciona la confianza que tenemos en la vida y en quienes amamos
De modo paradójico –y para algunos insoportable– redescubrimos que somos cuerpo y relación, vida interior y vida social, afecto y esperanza, dimensiones conectadas entre sí. Cuando una de estas partes está sufriendo, este sufrimiento se difunde a todo nuestro ser.
Podemos decir que la salud mental es el justo equilibrio interior entre nuestra «subjetividad» (la imagen que cada uno tiene de sí mismo), la relación con el otro (identificación y reconocimiento) y la «objetividad» de nuestra historia humana (eventos e interpretación).
La deriva psíquica –que puede ir desde una depresión melancólica al suicidio– nos recuerda que existimos con el otro y, cuando esta cercanía física o simbólica está socavada, podemos caer en un estado de angustia, de violencia y de dolor. Esta experiencia es tanto personal como comunitaria y encarna la comparación sobre el cuerpo que hace san Pablo: «por tanto, si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él» (1 Co 12,26).
Más radicalmente, se puede decir que la experiencia de la pandemia Covid-19 nos hace tocar el punto esencial de nuestra condición humana y de nuestra fe cristiana: el paso hacia la muerte y la relación entre la muerte y la vida, el miedo y la esperanza.
La intención de este documento es proponer algunos elementos de comprensión y reflexión a quienes están cerca a las personas afectadas psicológicamente por la pandemia Covid-19 y a todos aquellos que están llamados a acompañarlos, esperando ofrecer algunas ideas antropológicas, teológicas, éticas, espirituales y pastorales para acompañar a los que se encuentran en un íntimo y angustioso sufrimiento, para invitarlos a dejarse desenredar por la dulce compasión de Cristo, que se hizo prójimo y cargo del “otro” a través de la escucha y el perdón y dedicó a cada uno una Palabra que levanta el ánimo y sana.
El acompañamiento fraterno involucra todas las dimensiones de nuestra humanidad, en un acercamiento que resulta ser mutuo y delicado:
«Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar”»[1].
NOTA
Se usan tres términos, cercanos pero distintos, para orientar el acercamiento a la dimensión psicológica de la persona. Por lo tanto, es necesario hacer una distinción, reconociendo el vínculo entre estos 3 términos.
• La dimensión mental: o sea, la capacidad sensorial e intelectual de la persona para captar e interpretar la realidad de su existencia.
• La dimensión psíquica: o sea, la constitución y la dimensión propia de cada persona para estar en relación con la realidad y con los demás y ser afectada por lo que le sucede.
• La dimensión psicológica: que consiste en el conocimiento de la subjetividad de cada persona: la relación que tiene con su cuerpo, su historia y la narración de su camino personal y social.
Por supuesto, estas tres definiciones están estrechamente relacionadas entre sí, pero es importante distinguirlas en la reflexión y en el acompañamiento.
[1] Francisco, Carta Encíc. Fratelli tutti, 198.