Las sombras del mundo cerrado (Cap. 1) se expanden sobre el mundo, dejan heridos al lado del camino, que son puestos fuera, desechados. Las sombras hunden a la humanidad en confusión, soledad y vacío. Encontramos un extraño en el camino (Cap. 2), herido. Ante esta realidad hay dos actitudes: seguir de largo o detenerse; incluirlo o excluirlo definirá el tipo de persona o proyecto político, social y religioso que somos.
Dios es amor universal, y en tanto ser parte de ese amor y compartirlo estamos llamados a la fraternidad universal, que es apertura. No hay “otros” ni “ellos”, sólo hay “nosotros”. Queremos con Dios y en Dios un mundo abierto (Cap. 3) (sin muros, sin fronteras, sin excluidos, sin extraños), y para ello tenemos y queremos un corazón abierto (Cap. 4). Vivimos una amistad social, buscamos un bien moral, una ética social porque nos sabemos parte de una fraternidad universal. Somos llamados al encuentro, la solidaridad y la gratuidad.
Para un mundo abierto con el corazón abierto, hay que hacer la mejor política (Cap. 5). Política para el bien común y universal, política para y con el pueblo, es decir, popular, con caridad social que busca la dignidad humana y es ejecutada por hombres y mujeres con amor político que integran la economía a un proyecto social, cultural y popular.
Saber dialogar es el camino para abrir el mundo y construir la amistad social (Cap. 6); es la base para una mejor política. El diálogo respeta, consensua y busca la verdad; el diálogo da lugar a la cultura del encuentro, es decir, el encuentro se vuelve estilo de vida, pasión y deseo. Quien dialoga es amable, reconoce y respeta al otro.
Pero no basta con esto: tenemos que enfrentar la realidad de las heridas del desencuentro y establecer y recorrer, en su lugar, caminos de reencuentro. (Cap. 7). Hay que curar las heridas y restablecer la paz; necesitamos audacia y partir desde la verdad, partir desde el reconocimiento de la verdad histórica, compañera inseparable de la justicia y la misericordia, que es indispensable para encaminarse al perdón y la paz. Perdonar no es olvidar; el conflicto en el camino hacia la paz es inevitable, pero no por ello es aceptable la violencia. Por ello la guerra es un recurso inaceptable y la pena de muerte una practica que erradicar.
Las distintas religiones del mundo reconocen al ser humano como creatura de Dios, en tanto criaturas en relación de fraternidad. Las religiones están llamadas al servicio de la fraternidad en el mundo (Cap. 8). Desde la apertura al Padre de todos reconocemos nuestra condición universal de hermanos. Para los cristianos, el manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo: de ahí surgen nuestras acciones y compromisos. Este camino de fraternidad tiene para nosotros también una Madre llamada María.
Ante los heridos por las sombras de un mundo cerrado, que yacen al lado del camino, el Papa Francisco nos llama hacer nuestro y operar el deseo mundial de fraternidad, que parte de reconocer que somos Fratelli tutti, hermanas y hermanos todos.